miércoles, 13 de mayo de 2009

Diario de un Seductor. (Parte5)

Mucho depende en general de la postura, al menos para quien tiene ojos para ver. El amor tiene muchas posturas, y ésta es la primera. Todo me embriaga en esta jovencita tan bien dotada por la naturaleza: sus formas puras y delicadas, su profunda y virginal inocencia, sus ojos claros. Le saludé al entrar. Ella ha salido al encuentro alegre, como de costumbre, pero algo rara, quizá insegura; el noviazgo sin duda ha debido cambiar algo nuestras relaciones. Ella no sabe en qué sentido; me ha dado la mano, pero no con su sonrisa habitual. Y este saludo yo lo intercambié con un ligero, casi imperceptible roce de mano; fui dulce y afable, aunque no apasionado... Ella se sienta en el diván, junto a la mesita de té, yo en una silla al lado. Una transfiguradora solemnidad nos embarga, una dulce aurora. Ella calla, nada rompe su silencio. Mi vista se arrastra lentamente hacia ella, no deseosa, pues entonces sería una insolencia. Un delicado y fugaz rubor, como una nube sobre un campo, se extiende por su rostro, aparece y desaparece. ¿Qué significa este rubor? ¿Es amor, deseo, esperanza, temor, ya que el rojo es el color del corazón? Nada. Ella se asombra, se admira..., pero no de mí, sería demasiado poco infundirle estos sentimientos. Ella se asombra, pero no de sí misma, sino en sí misma, ella se transforma en sí misma. Tal momento exige tranquilidad, por esto no debe ser interrumpido por ninguna reflexión, no debe ser turbado por ninguna alarma dictada por la pasión. Es como si yo no estuviese presente, aunque mi presencia sea condición de ese estupor contemplativo. Mi ser está en armonía con el suyo. En estos momentos se adora y se idolatra a una jovencita, como a una divinidad, callando.

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